miércoles, junio 14, 2006

El celador y la llave de una espera.

Era de esperar la respuesta - dijo- el celador cuando abrió la puerta y se marchó. Las llaves de la habitación en la que el celador quería entrar para ver si era verdad lo que se decía del amor, nunca volvió a abrirse. Pero pudo mas la desidia que de ella irradiaba para entender por fin que para vivir en el averno sólo era cuestión de cerrar la puerta y largarse.

Nunca en su vida había pensado de esa manera pero esta vez la llamada que hizo cuando dormían las aves en el camino, determinó, que la puerta por la que había esperado tanto tiempo por fin se había cerrado. Se marchó sin decir nada, no escribió ni una línea en la marea escondida de su portafolio, tampoco escribió un verso de los poemas que jamás había escrito pensando en ella.

No quiso decir nada a nadie ni a la bendita piedra que guardaba en el desván de las letras de su pequeña biblioteca. en la sala de su casa yacía el diccionario con miles de palabras esperando a que lo abriese y encontrase en las páginas amarillentas de la espera, la palabra adecuada para la persistencia o la agonía de un amor, de una caricia que se apagaba lentamente.

cuando por fin se marchó ella, no le llamó, ni tampoco le explico las razones por la cual, había decido muchos días antes, cerrarle la puerta y no entregarle las llaves. sin que el celador supiera el porque del desencuentro entre ella y él, y empeñados los dos por mantener esa relación probhída por casi toda una vida, aunque pequeña, intensa, de encuentros y desencuentros; de caricias fortuitas y de rabias contenidas, de esperas y de ramificaciones sórdidas, o quizá ella lo olvidó y abandonó sus brazos por el estilo de una canción que apenas, sí, oían en el pasillo del hotel en el que se veían. Pero él se marchaba lleno de alegorías sobre ella. Y cantando sutilmente la canción de amor que a ella no le gustaba.

Ni el perro ni la rabia que guardaba en su garganta despertó el interés en ella cuando una noche la muerte irrumpiera en su rutina - el celador - esa noche, no volvió a escuchar, el ladrido del perro que todas las noches le despertaba en sabresaltos, ni la voz de esas llaves que cnataban la melodía del metal cuando ella, precisamente, ella, llegaba a la cita de todos los días; como tampoco la voz de la mujer que tanto esperaba, no la volvería a escuchar. Esa noche el celador, se marchó sin decir nada, abrió la puerta y se fue de la vida. Él escribió antes de su muerte que ella, daba a entender con su no llamada. Que lo que creció en sus pechos había desaparecido súbitamente del regazo de sus caricias y de sus tentaciones...

En la ciudad de sus encuentros, la soledad del edificio calaba en los recuerdos de los viandantes cual cómplices de sus vistas fortuitas asistieron al entierro del celador. Las escaleras por las que el celador había subido tantas veces, se desmoronaban una a una como cual rompecabezas. Se acumulaban como las olas del olvido que incrustaba, cada segundo, un poquito mas en los sentimientos que agónicamente latía en las manos del celador. Su mente se quedó ese día como la de un océano en calma.

Sin embargo la muerte no le supo a nada, en realidad todo lo que le pasó era o fue solamente un sueño, una ilusión o un deseo que jamás había experimentado. Consciente de ello, ella continúo viviendo de la soledad más tremenda como la de un alacrán en el desierto. A la mañana siguiente del entierro del celador, y cuando ella despertó en los brazos de su realidad, el tiempo había transcurrido, pero ya era demasiado tarde, su amante había muerto. Era de noche y la misteriosa llave y el celador yacían en una foto dibujada por una pintor anónimo en la pared del hotel donde se hospedaban ella y su marido. Y continúo viviendo una vida que había entendido, resignándose a vivirla.

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