martes, marzo 09, 2010

algo que tiene que ver conmigo

esto va por capítulos.

El café

Por estas calles grises que habitan mis pasos, me doy cuenta de mi escuálida salida hace ya unos cuantos inviernos. Ellos, me recuerdan, que realmente sigo vivo y existo. Deambulo por estas calles y me aparto de mi exilio como queriendo esconderme en algún efugio que todavía yace en mi memoria, haciéndome cosquillas a la intemperie.

Es como descubrir que el exilio realmente es atroz, quiere pervertir la memoria de quien la lleva a cuestas, y, en algún sitio de este tiempo que huele a café de pucheros en brazos de doña María, la abuela, que a eso de las cinco y de todos los días, nos ofrecía en el cafetín de ciencias sociales. Cómo recuerdo su olor fresco y suave. Si algo más echo de menos, además del café a las cinco, son las pupusas* con lorocos* mmm, todavía suena su olor caliente en mis fosas nasales. Incluso recuerdo aquél café que sorbía en una esquina marchita por las lluvias esperando algún compañero anónimo, que me llevará a dormir a no sé qué habitáculo clandestino.

Cómo me duele el recuerdo de Mario, el compañero que sobrevivió a los escuadrones de la muerte, y ahora vive, igual que yo en el exilio y en algún lugar de Australia. Mario compañero y amigo, vivimos este exilio como algo que llevamos en la ceniza de nuestras campaña en plena selva extrajera. Recuerdo la última vez que él supo escabullirse de las garras de las bestias. Solo, y ellos cuatro. Lo cogen. Lo tiran al suelo..., y en un descuido, en unos segundos de descuido, mira desde el suelo la única salida. La calle que se alarga con su negro asfalto en su frente. Es el momento y sin dudarlo se levanta, corre, corre, y ellos, disparan, disparan, uno dos tres cuatro casquillos al suelo y la quinta o la sexta de las balas penetra en tu pierna pero tú sigues, sigues... y sigues. Allá estás en algún lugar de Australia. Recuerdo el dolor que te produjo sacarte la bala de tu pierna y sin anestesia, recuerdo tantas cosas, Mario, que el dolor recubre, otra vez, mi memoria.

Te acordás Adolfo, las veces, que en la cárcel sorbimos café con algún que otro preso político. Cómo imaginar que mis visitas se convertirían en el único eslabón entre el mundo de la lucha en las calles con el mundo de tu lucha en la cárcel. Las huelgas de hambre, tus huelgas de hambre, y la última de 42 días que casi te lleva la vida..., y pensar que te nos quedabas dormido para siempre en la cama de esas cárceles casi clandestinas que todavía existen. Te acordás, hermano compañero amigo, los libros prohibidos que te supe llevar; el materialismo dialéctico, el histórico que yo supe cubrir con las fotos de Monseñor Romero, además el riesgo de quedarme para siempre en la cárcel era como el de cualquier otro estudiante universitario, pero la suerte del analfabetismo de los funcionarios de prisión, siempre jugo a nuestro favor. Ellos, leían Biblia, donde decía Capital, donde decía materialismo histórico, leían nuevo testamento.

Cómo no echar de menos a Eva, Candi, si eran tus únicas canciones de amor que conocías hasta entonces. Y cómo supe descubrirlas y hacer que por lo menos, cada o jueves o domingo, vos y ellas estuvieras por lo menos unas horas. Eran hermosas tus hijas en tus brazos, y sólo recuerdo, cómo, siempre, y a la salida, ellas, las dos en mis brazos, levantaban las manitos diciéndote adiós.(pero esto lo dejo para otro apartado, mejor, ¿vale?, que si para vos es doloroso para mi, no te imaginás). en fin, le ganamos a la muerte, le ganamos al gobierno y a sus escuadrones de la muerte, que siguen ahí palpitando en la oscuridad. Le ganamos, porque no, a los gringos, asesinos-mata-sueños. Solos, vos, Israel y yo, le ganamos al mundo que hasta ese momento conocíamos, el pulgarcito de América.

Oh, exilio que atrofias mi memoria, me duele saber que desde hace tiempo estás conmigo. Me duele darme por vencido y asirme a tus brazos como cual abandonado por el tiempo y los recuerdos. Oh exilio, mi hermano, mi enemigo, mi memoria artificial cotidiana, cómo odio tu nombre y cómo me recuerdas que,de momento, y desde aquí, en Bilbo, mis manos y mi corazón ..., palpitan, a pesar de que tú, me duelas la memoria y los años con sólo mencionar tus siete letras.

Tengo en mis manos, sí, una taza de café, no sabe a aquellos, los de la abuela María... pero sigo tomando café, y, es el culpable, de que todos los días me recuerde, que sigo en este exilio habitando unas calles, y una luna y un sol.



*
lenguaje salvadoreño

3 comentarios:

  1. Leerte a ti es leer a tu Hermano Adolfo, duele de la misma forma.
    Los ojos de ellas son inocencia, la que hizo falta en muchas almas, que la vida se llevo sin mas en manos ensangrentadas .saludos.

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  2. Leí este relato tan tuyo y me vinieron a las fosas nasales los aromas del recuerdo de tantas cosas, momentos, circunstancias, encuentros, desencuentros...
    Aromas que jamás retornaron iguales, como tu café, que no es el mismo (salvando las distancias, por supuesto).

    No te vencerá el exilio, porque vos seguís vivo y en cada letra escrita compartís lo que sos. Gracias, amigo, gracias...

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  3. y a pesar de tanto dolor, seguís aquí, luchando, viviendo, amando... Que no decaiga nunca vuestro valor ni vuestro empeño por mejorar el mundo. Un fuerte abrazo!!!

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